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El primer año vimos la cultura audiovisual como el resultado de las relaciones entre instituciones de poder y creadores. Vimos cómo se gestaba esa cultura audiovisual a partir de unas imágenes fijas creadas por ciudadanos obedientes, y analizamos algunas imágenes capaces de transmitir poderosos mensajes que por lo general beneficiaban más a los ideantes privilegiados que a los creadores. 

 

Aprendimos así a distinguir entre aquellos que ideaban una imagen, los que la creaban, los que la divulgaban, y por último, los que la observaban. Por lo general, en la mayoría de los casos los intereses que motivaban la creación de imágenes tenían que ver con el deseo de cautivar la atención de los espectadores en aras de mantener a los líderes en un estatus privilegiado.

 

Cuando llegó el turno de hablar del impresionismo, vimos que gran parte de los historiadores se había olvidado del rol esencial de las mujeres. Tanto ellas como ellos habían obtenido total independencia en el proceso de creación, y al rebelarse contra la Academia, obtuvieron todo el control del proceso creativo. De este modo, la idea, la ejecución y la exposición de esas imágenes corren única y exclusivamente a su cargo. 

 

En resumen, durante el primer año hablamos de poder, de gestas heroicas y de independencia creativa.

 

Durante el segundo año empiezo señalando tres pilares básicos que de alguna manera se han convertido en el motor de nuestra cultura: las ilusiones, la generosidad y los cuidados.

 

Y si la base central sobre la que se sostenía toda la teoría del primer pasado era la imagen fija, durante el segundo curso nos centraremos en el sonido y la ilusión de movimiento.

 

¿Por qué existe una asignatura llamada cultura es audiovisual? ¿Por qué no hablamos de una cultura olfativa o táctil? ¿Por qué nos dedicamos a estudiar lo que se publica y no reparamos en las consecuencias de la censura? Empieza la clase. 

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